Rosanna Manosalvas

Este 23 de abril vamos a volver a reflexionar sobre la relación entre los seres humanos y este hermoso planeta azul, verde y de mil colores, donde tuvimos la suerte de habitar.

Esta reflexión nos lleva cada año a mirar las cosas que hemos hecho mal y las que hemos hecho bien como sociedad.  Y cómo en estos 200.000 años, desde que apareció el primer humanoide en África hemos ido cambiando el paisaje que nos rodea y sobre todo los beneficios que nos da.

Así, el aire, el agua, el suelo, y el clima en cada uno de los continentes y en cada tipo de ecosistema han moldeado las formas de uso de las distintas culturas y sociedades humanas. Donde el agua ha sido abundante, la gente ha aprendido a desviarla y drenar el suelo para poder sembrar, y donde el agua ha sido escaza, ha aprendido a almacenarla y distribuirla a lo largo del tiempo para tener frutos y buenas cosechas. Sin embargo, con el paso de los siglos y el crecimiento de la población humana, las demandas por suelos cultivables crecieron. Crecieron también las ciudades y el suelo fue cubierto por asfalto. Los ríos, los acuíferos subterráneos y los mares fueron contaminados. Entramos en un círculo de devastación, degradación y deterioro, no solo de la naturaleza sino de la misma humanidad.

Finalmente, a todo esto se junta, los impactos del cambio climático que exacerban aún más las condiciones ambientales negativas provocadas por el ser humano

Hoy el Día de la Tierra queremos reconocer, que muchas de las acciones que se están tomando para mitigar o adaptarnos a los impactos del cambio climático van ligadas a recuperar esa primera relación primigenia entre el ser humano y la naturaleza. Es mirar atrás y encontrar esas formas en que respetábamos los ciclos y procesos naturales que veíamos alrededor.

Por ejemplo. la relación que estamos recuperando cuando utilizamos soluciones basadas en la naturaleza para mitigar el impacto del cambio climático, es la relación más simple pero elemental para la vida, entre agua, bosque y suelo. Y esta relación podemos comprobarla en distintos niveles, desde una planta en una maceta que tenemos en casa, hasta las grandes extensiones de bosques amazónicos, con los océanos a los dos lados del continente americano y los suelos volcánicos de los países andinos. Esta relación apenas empieza a ser comprendida por la ecohidrología pero es y ha sido utilizada por las familias campesinas agrícolas desde hace milenios.

Reconocer las capacidades de un bosque para almacenar el agua, devolverle a un humedal su capacidad de drenaje, son algunos de los re-conocimientos que podemos utilizar en esta nueva escuela de recuperación de los ecosistemas y del planeta.

Reconocernos capaces de cambiar el círculo vicioso de destrucción y de convertirnos en actores de un futuro mejor y posible, es otra tarea importante, tanto para los actores y gobiernos del Primero como del tercer Mundo, para los que vivimos en el campo, la selva o la ciudad. La Tierra es una sola, y en ella estamos embarcados todos y todas.